Risas, gritos de excitación, palmas para acompañar las pegadizas canciones y una constante interactuación entre protagonistas y pequeños hacen del Condal un espacio feliz durante las dos horas de este viaje por el mundo de los sueños.
El montaje engancha de principio a fin y este es su primer mérito. Otro no menor es el de haber logrado que el público infantil que ha leído los libros se identifique con el protagonista y sus personajes. La funcional y colorista escenografía digital de Tatiana Halbach y Soren Christensen recrea a la perfección los diferentes reinos. Los efectos son magníficos y dan gran profundidad al escenario, por donde discurre la peripecia de este miedoso y noble ratón (interpretado, dicen, por el propio personaje). Un mundo de mares, hielos y bosques mágicos en el que todos cantan y bailan. Un marco onírico para este recomendable espectáculo.
Gracias Yurena

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